viernes, 7 de noviembre de 2008

Cuento

Este cuento lo escribí hace un año, lo pongo en el blog para cerrar un proceso que me hizo crecer y que debe dar paso a esto que estoy viviendo.
MI MOTA DE AMOR

Esta es una historia de amor, pero no de ese amor que cualquiera puede tener, es un amor especial…… Les cuento la historia, que escuche tras un arduo día de trabajo y que empieza así……

Eran días de calor en la hacienda, los campos desbordaban de alegría, ya que se encontraban llenos de copos del oro blanco, los que eran indicios de tiempos mejores para aquellos esclavos que cosechaban con mucho cuidado, cada mota de algodón que crecía en los árboles.

La familia Ñote, esclavos que por más de tres generaciones habían trabajado en la hacienda, vivían en una pequeña choza al lado del río, junto a un gran sauce, escondite del pequeño Ña, quien trepaba por sus largas ramas para ver como sus hermanos domaban los caballos del dueño de la hacienda.

Su abuelo, un hombre muy sabio y de muchas historias, emigro desde lejanas tierras para buscar un mejor pasar, pero solo encontró látigos de esclavitud y penas de soledad. La única alegría era su familia; su hija, una mujer que brotaba amor y paz como los manantiales de la cordillera, casada con uno de los hombres más trabajadores de la hacienda; él se levantaba de madrugada, cuando la luna aun se encontraba en el estrellado cielo, a ordeñar las vacas y luego se dirigía a la choza a prender el fogón, para comenzar el laborioso día de trabajo. Los hermanos de Ña, dos hombres y una mujer, se dedicaban a los trabajos del campo, los hombres trabajaban con los animales y la mujer, recolectaba hierbas medicinales para ayudar a la enfermera de la hacienda que atendía a los hombres que exhaustos, caían rendidos bajo el fuerte sol.

Ña, era un niño inquieto, que por su corta edad no podía trabajar en el campo recolectando motas de algodón, y por lo tanto acompañaba al abuelo en las labores de la casa, así disfrutaba de sus historias, que contaban de una tierra lejana donde los hombres caminaban libres, sin ataduras, podían disfrutar de vientos con aromas de amor, donde trabajaban recolectando frutos y en las noches disfrutaban alrededor del fuego de un sabroso pescado asado.

El niño creció soñando con esa libertad que le contaba su abuelo, y no podía entender porque en la hacienda existía gente que se veía obligada a trabajar sin descanso, bajo un caluroso sol y condiciones inhumanas. Fue así como Ña, tuvo que entrar a trabajar recolectando algodón, su madre le enseñaba la técnica….”Mi negrito, recuerda, debes cortar las motas como si fueran esas lindas nubes, debes ser suave y tener mucho cuidado, piensa que son pequeñas ovejas que corren por un verde campo…….”

Ña aprendió muy rápido de la cosecha, por su agilidad podía subirse a los árboles y tomar las motas de algodón que se encontraban en lo más alto, desde esa altura podía ver todo el campo, que se extendía hasta más allá de lo que abarcaban los negros y brillantes ojos del niño. Con el trabajo, Ña, aprendió a que en la vida las cosas tienen un valor y que en algunas ocasiones las que más trabajo conllevan son las que más se valoran.

Un día de esos, en que el sol golpeaba con toda su fuerza las cabezas de los trabajadores, el menor de los Ñote se encontraba cosechando algodón, trepado en lo más alto de un árbol, y con su cesta a medio llenar, trataba de alcanzar las motas que colgaban en las últimas ramas, al tomar la que se encontraba más alejada, se dio cuenta que esa mota era algo especial, que no era igual al resto de las que había cosechado, con mucha curiosidad, la tomo con cuidado, tal como si fuera uno de esos huevos, que de vez en cuando robaba desde los gallineros de la hacienda, la echó en el bolsillo de su viejo pantalón, diciendo: “Esta será mi mota de algodón, la guardaré y cuidaré mucho……” , para luego comenzar a descender desde árbol. Por miedo a que lo retaran por guardar su mota de algodón, la escondió muy bien, hasta que escucho la campana que indicaba el fin de la jornada de trabajo, cuando impaciente por ver su secreto especial, corrió hasta el sauce junto a su casa, trepo muy rápido hasta llegar a su rama favorita, y acomodándose, saco con el mayor de los cuidados su tesoro del bolsillo. Lo quedó observando atento, viendo todos los bellos detalles de su mota, esto le hizo recordar las historias del abuelo, sobre esas bellas piedras que por sus hermosos colores y formas sacaban desde los cerros para vender en las ferias de su pueblo natal.

El blanco intenso y luminoso de la mota, provoco en Ña, una paz interior, un descanso del alma, sentía la misma sensación que cuando soñaba que caminaba sobre las nubes, una alegría de poder ver la tierra desde lo más alto, sin miedo a caerse porque sabía que estaba seguro. Con curiosidad acerco la mota a su nariz, inspiro muy hondo, como si fuese a tomar su último respiro antes de tirarse un piquero al río, al oler, sintió un dulce aroma, que le recordó a esa comida que su mamá preparaba con maíz y melaza, que cada vez que ponía sobre el fuego, saltaban de la olla y parecían pequeñas motas de algodón, ese olor se mezclaba con otros olores que le eran conocidos, como las flores que crecían en el cerro y que tanto le gustaban a su hermana mayor. Con la paz, la seguridad y un sentimiento que nunca antes había sentido, Ña, se quedó dormido sobre la rama del árbol. Al caer la noche, despertó con los gritos de sus hermanos, que asustados habían salido a buscarlo, bajo de la rama y entro rápidamente en la choza, su padre lo reto, su madre preocupada le pregunto sobre que había hecho durante toda la tarde, Ña, no pudo contestar nada coherente, solo salio de entre sus labios, una palabra…….AMOR.

Así pasaron los días y Ña cuidaba mucho de su mota. Para que no se aplastara, la puso dentro de un frasco de vidrio y la tapó, para que no se le fuera a perder. Durante el día, mientras iba a cosechar más algodón, escondía el jarro bajo su cama de paja, y en la tarde mientras ayudaba en las labores de la casa, la ponía en la ventana para que los últimos rayos de sol, la ensalzara y así tomara un color blanco brillante, que encandilaban los ojos del niño, y que le producía una alegría y energía muy grande.

Un día de verano, tras bañarse en el río junto a sus hermanos mayores, Ña, tomo el frasco con su mota y escaló a su escondite en el sauce. Pasó mucho tiempo solo mirándola y en un momento destapo el frasco y la puso en su palma derecha, diciendo: “Pelusita, ya tenemos mucho tiempo juntos, te he aprendido a querer, me has traído mucha suerte en la cosecha, me has protegido, tu belleza me deslumbra y cada vez que te veo me siento muy feliz de haberte encontrado en aquel árbol”. Justo cuando terminaba la frase, sintió que una brisa acariciaba su espalda y sin poder cerrar su mano derecha para proteger a su motita, vio que su motita flotaba por el viento, trato de atraparla, pero le fue en vano. En un comienzo sintió pena, soltó unas lágrimas, y luego con mucha serenidad se quedó sintiendo el viento que se había llevado a lo que el tanto amaba.

Ña, soñaba todas las noches en su pelusita, en su motita, quería saber de ella, a que lugar se la había llevado ese viento, saber si había quedado agarrada en otro árbol o si por casualidad estaba esperando ser encontrada por otra persona. Pasaron meses y el niño soporto la perdida, trepaba de vez en cuando al sauce, con las ganas de volver a ver a su motita en el horizonte.

Ya se terminaba el verano, el sol se escondía cada vez más temprano, la cosecha de algodón estaba llegando a su fin, los árboles comenzaban a botar las hojas y Ña, tenia recuerdos de su motita, cada vez que se acordaba de ella, sentía que el pecho se le iba a reventar, que su corazón se llenaba de amor y que en algún momento aparecería suspendida en el aire su hermosa alegría. Así paso el tiempo, y un día cuando Ña cortaba unas flores en el cerro, sintió una brisa con un olor que le recordó a su motita, el niño cerro los ojos, se acostó sobre el verde pasto e inspiro profundamente, la mente se le lleno de colores y paz; y de repente, sintió que en su mano izquierda se posaba el amor, la alegría, la paz, el cariño, el compromiso, la amistad, la paciencia, el compañerismo y la sinceridad. Sin titubear cerro su puño y con algo de miedo acerco su mano a los ojos, los abrió junto con su puño y vio que sostenía a su motita….”Mi mota….”, grito Ña, su cara se lleno de alegría, se paro y salio corriendo a su hogar.

La historia dice que Ña nunca volvió a sentir pena y frustración, que fue una de esas personas que junto con su Motita demostraban que el amor existía y que se podía vivir con alegría….

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